Miro de reojo hacía su escritorio desde el mío: la luz apagada, la silla vacía, el espacio ahí, desocupado, como un recordatorio constante. Nunca va a volver allí con su camisa planchada y su sonrisa amable. Nunca nos volveremos a dar los buenos días en el pasillo o a compartir un café, vicio de aquellos… Sigue leyendo Cuando el coronavirus nos alcanza