Tal vez alguna vez le dijeron que vivía en las nubes, que parecía haber un mundo más allá de sus ojos, habitado solo por ella y sus sueños, un mundo lleno de pajaros volando ruidosa y libremente.
“La libertad del ave, para elegir mi camino” rezaba una oración de antaño tantas veces repetida en su juventud.
Pero ella, ella no tiene pájaros en la cabeza, tiene libélulas.
Libélulas, ellas fueron las primeras de su tipo en aprender a volar, han sido testigos mudas y observantes del flujo cambiante del mundo: desde los dinosaurios que alguna vez gobernaron y aterrorizaron la Tierra, hasta nuestros tiempos de catástrofes y cambios climáticos.
Resilientes, cazadoras, coloridas. Libélulas.
Incomprendidas, temidas, cazadas. Libélulas.
Sus alas las han liberado, llevado a recorrer el mundo. Siempre han preferido vivir cerca de la tranquilidad y calma que da el agua.
¿Cómo no sentirme identificada con ellas?