Quise besar todos y cada uno
de los tatuajes que cubrían su cuerpo.
Quise recorrer toda su piel con mis manos,
acercar su rostro enmarcado
en una tupida barba al mío
y hundir mi boca en la suya,
explorándola avídamente.
Quise decirle que si,
que todo
y que siempre.
Aunque «siempre» quisiera decir
en realidad «aunque sea un ratito».
Quise perderme
en la inmensidad de sus ojos claros,
dejarme envolver en sus fuertes brazos.
Tanto quise,
y al final,
me ganó el miedo
y llegando a la puerta
del punto de encuentro,
la dejé cerrada,
di la media vuelta
y partí.