Desperté y él ya no estaba, no tenía como yo, la fortuna de no trabajar los sábados. Mi almohada aún conservaba su aroma, me llené de él, trayendo a mi mente los recuerdos hechos apenas hace unas horas entre sus brazos. Recordé que estaba desnuda y baje mi mano por debajo de la sabana imaginando que era la suya, amándome. Me permití rendirme a ese placer lleno de soledad y de memorias, de gemidos silenciosos y de recuerdos a flor de piel.
Mi día estaba empezando perfecto y nada podría arruinarlo ya. Ese sábado me levantaría de excelente humor, dispuesta seguir viviendo al máximo.