Tal vez fuera el misterio que envolvía el encuentro,
lo que le daba una chispa pícara
a sus ojos profundos y oscuros.
Cuando ella los miraba,
sentía que podía perderse en sus penumbras.
Su cabello le caía en ondas suaves justo a mitad del pecho y
el no podía evitar imaginar
el olor suaves y fresco que seguramente tenía,
sus hombros descubiertos delataban
una piel suave que lo invitaba a querer recorrerla.
Él iluminó la noche con su sonrisa mas sincera,
amenazando con derrumbar las defensas
que con tanto esfuerzo ella construyo alrededor de su corazón.
No, no debía permitirlo.
La lluvia golpeaba tenuemente las ventanas de la habitación,
ella lo miraba hablar
y recorría en su mente la forma de sus ojos,
la silueta de sus labios y la manera en como la barba los cercaba.
El viento hacia ruidos danzantes entre las gotas de lluvia,
el la escuchaba fascinado,
prometiéndose que recordaría todo aquello que ella le contaba.
¿Donde había estado toda su vida?
Y entonces aconteció,
que en medio de torres de libros,
con poemas e historias como únicos testigos
sucumbieron al instinto
de acortar la cercanía que los separaba.
El exploró cada rincón de su piel con entrega y paciencia,
saboreando cada detalle,
cada momento,
como si quisiera atesorarlos para siempre
en los recovecos de su memoria.
No hubo parte suya que quedará libre
de suaves caricias y besos apasionados.
Solo le quedaba la promesa del reencuentro.
¿Volvería de verdad a ella?
Ella así lo anhelaba,
pero su anhelo iba impreso de miedos.
¿Y si no era así?
¿Acaso todo lo que tendrían sería esa noche?