Hoy me dio por extrañarte.
Pero no extrañé al hombre en el que te has convertido, neurótico, cobarde y orgulloso. No. Extrañé al hombre que recuerdo de mi infancia, esa época de mis recuerdos más lejanos, más hermosos y coloridos.
Extrañé al hombre que me leía cuentos de piratas y corsarios, de aventureros y heroínas, que me hizo creer que el honor, el liderazgo y la iniciativa te ayudan a escalar tus propias cimas y conquistar tus propios senderos.
Extrañé al hombre que se desvelaba ayudando con mis maquetas, porque la mediocridad y el hacer las cosas “al ahí se va” y a último momento no fue nunca una opción. Ese hombre que así se desveló en mis primeros años escolares, para inculcarme el amor al conocimiento puro, al pensamiento propio, a la filosofía. Y que tiempo después, en mis últimos años escolares, se madrugara para que tuviera siempre un plato de comida caliente y casera que llevar a ese lapso entre el servicio social y la universidad.
Me dio por extrañar al hombre con el que se podía compartir un café en la sobremesa y discutir de otras épocas, culturas, lugares y escritores. Al que fue siempre bueno contando las anécdotas.
Y hoy en día, ese hombre ya no existe. Ante mi, o más bien desde donde quiera que este la lejanía en que se encuentra, es un desconocido.
Y pues así, me dio por extrañar tu recuerdo.