El ser humano tiende a olvidar a conveniencia.
Es quizás parte de su naturaleza, quizás un mecanismo inconsciente desarrollado a través de los tiempos como parte del instinto de supervivencia. Hechos que nos avergüenzan, culpas que de otra manera terminarían carcomiéndonos lentamente, personas que hirieron nuestro orgullo o nuestro corazón, a veces ambos.
Olvidamos, y ese olvido no siempre conviene, porque en cada vivencia, dolorosa o no, va siempre oculta una enseñanza y un aprendizaje.
Como darse cuenta que hasta la sonrisa más encantadora puedo ocultar intenciones poco nobles y maliciosas. Como aprender que el paso de algunas personas por nuestra vida es más efímero de lo que hubiéramos querido que fuera. Como aprender que derrotarse no siempre es perder y que ningún río se puedo forzar a salir de su cauce natural esperando que fluya igual.
Tal vez por eso hay quienes terminan cometiendo los mismos errores, porque en su olvido a conveniencia, dejan de lado también la enseñanza.
Igual y no os olvidéis que en la desmemoria permea la sombra del desinterés y viceversa. Es quizá por ese olvido cometido por muchos, que cuando a rémora de ilusiones que se quiebran, hemos de volvernos a menudo desvaídos. Y sin embargo, bendito seas olvido, porque por ti habremos de sufrir de desmemoria; y cuando no nos acordéis de nada, volveremos a tener memorias, memorias nuevas.
Así es, en la desmemoria permea la sombra del desinterés y viceversa. Y hay breves momentos donde cae en nuestro conciencia aquello que sin darnos cuenta, habíamos empezado a olvidar.