Me desperté un par de minutos antes que mi alarma, así que la apagué, no fuera a ser que su agudo sonido truncara tu sueño. Aun la luz del sol no se clareaba a través de las cortinas, así que me escabullí sigilosamente de la cama en dirección a la puerta. Pero no pude evitarlo y volteé brevemente a verte dormir.
Estabas boca abajo, desnudo hasta media espalda, el león tatuado en tu omóplato me miraba como diciendo “Buenos días gua-pa”. Tu rostro tenía una expresión de relajamiento y una tenue sonrisa se dibujaba en el. Nada me hubiera gustado más que despertarte a besos, pero sabía lo exhausto que estabas, necesitabas reponer tus energías y yo regresaría a ti en solo unas horas más.
Así que me sumergí en mi típica rutina de baño, café recién hecho, peinado y maquillaje, todo con una sonrisa que, según me dijo esa misma mañana una amiga de la oficina, denotaba pecado, a lo que yo le respondí “No se de que hablas” mientras mis ojos le respondían con uno de esos diálogos silenciosos femeninos afirmando su declaración y ruborizando ligeramente mis mejillas.
Solo unas horas más y regreso a ti. Promise.